martes, 23 de enero de 2007

El imperialismo del siglo XXI

sábado, 20 de enero de 2007

Nicolás Ríos

La verdad es mezcla

MIAMI.- Aunque la historia, como observó Gilbert K. Chesterton, "es un montón de datos confusos" y por eso nadie debe aceptar lo que se le diga cual si fuera verdad revelada, a mí me parece que cuando la Cuba del primero de enero de 1959 comenzó un período que derivaría hacia lo que se convirtió en el conocido fenómeno revolucionario, lo hizo en circunstancias totalmente diferentes a las que están en torno a varios países de nuestro continente que en el presente pretenden cambios profundos.

Una diferencia: Fidel Castro y sus seguidores alcanzan el poder no como resultado de un proceso electoral pacífico, sino sustituyendo a un gobierno dictatorial que ejerció la represión con evidente crueldad, era odiado por el pueblo y se desintegró y rindió mansamente ante guerrilleros y milicianos que ocuparon los cuarteles militares y policiacos, constituyendo un gobierno de facto con el consentimiento de la mayoría que inicialmente se adhirió jubilosa, participó y dio su visto bueno alborotado a todo lo que se hizo.
En aquel escenario, el discurso hostil y amenazador, la represión y el escarmiento eran consecuencia lógica de lo que había precedido a la victoria popular. Existía un enemigo sobre el cual actuar. Cuando no existe uno similar y el que discrepa respeta las reglas del juego, tal trato resulta injusto, desleal, disfuncional y, a la larga, perjudicial.
Pero la diferencia que más me interesa destacar es la que se refiere al imperialismo. Ya sabemos en qué consiste: la extensión del dominio de un país sobre otros por medio de la fuerza militar, económica o política. Ya sabemos, además, que el imperialismo hoy se identifica con Estados Unidos y, para ser más precisos, con el gobierno de esta nación.
En 1959, cuando empieza la revolución cubana, tiene que vérselas con un imperialismo presumido con el hábito incontrovertible e incontrito de la injerencia sin contención, que inmediatamente comenzó a preparar el derrocamiento y el asesinato de sus dirigentes principales. Era un imperialismo que venía invicto de batallas, escaramuzas y negocios. Había arrebatado a México la mitad de sus territorios: si no hubiera sido por ello quizás los mexicanos estarían hoy emigrando a Montana, Nebraska y las Dakotas en lugar de a Texas o Arizona. Había comprado la Florida, Louisiana y Alaska; creado a Panamá; colocado gobiernos dóciles en Nicaragua y República Dominicana; ocupado a Cuba, Puerto Rico y Filipinas; derrocado a Jacobo Arbenz en Guatemala; triunfado en la Segunda Guerra Mundial, demostrado su capacidad industrial incontrastable -en 1942 Franklin D. Roosevelt planeó que se fabricaran 60,000 aviones militares anuales, en 1943 ya se estaban fabricando 125,000. Había, entre otras muchas etcéteras, derrotado e invadido a Japón, imponiéndole transformaciones radicales de americanización.
Era un imperialismo en su apogeo, arrogante, intransigente y presto a golpear sin advertencias ni contemplaciones a quien se le resistiera. Para América completa regía la Doctrina Monroe que en su texto rezaba "América para los americanos", y en su verdadera acepción significaba para los americanos de Estados Unidos. Era el imperialismo detestado que describía Carlos Luis Fallas en "Mamita Yunai" y Juan José Arévalo en "El Tiburón y las Sardinas". Era el de las plantaciones con pagos de hambre, el de los tratados comerciales desiguales impuestos, el de las inversiones que no se querían. Era el imperialismo que aún no necesitaba convertir a los pobres en mercado, que nos vendía lo que podíamos producir y producía lo que nos hacía competencia.
Pero ese no es el imperialismo del siglo XXI. Este es el que tuvo que salir huyendo de Vietnam, el que fue derrotado en Girón, al que Cuba ha resistido y desobedecido durante casi medio siglo, el que fue humillado por el Irán de los ayatolas, el que ha tenido que hacer fortalezas de sus embajadas, el que tiene generales que aconsejan no ir a la guerra y una industria de guerra que no las necesita para desarrollarse, el que ya no tiene títeres a granel para convertirlos en políticos capaces de hacerse del gobierno, el que tiene que quedarse tranquilo e impotente ante las cada vez más frecuentes victorias electorales de dirigentes resabiosos decididos a ser independientes para el acierto o la estupidez. Este es el imperialismo que creyó que todo se reducía a bombardear y ocupar a Irak y hoy parece encerrado en un callejón sin salida, vapuleado por gente del Tercer Mundo. Este es el imperialismo cuya política exterior con respecto a Cuba se la diseñan en Miami y no en Washington. Este es el imperialismo de un país en que un refugiado cruza la frontera hoy, y mañana está criticando al gobierno y en el que la libertad de expresión tiene ciertas posibilidades, siempre y cuando no se viva en Miami. Este es el imperialismo de un país en que los antimperialistas cuentan con cada vez más respaldo y fuerza, no por ideales más o menos encomiables, sino por conveniencias y necesidades objetivas; en el que no es lo mismo Dick Cheney y George Bush que Ted Kennedy, Christopher Dodd o Jimmy Carter. Y otras etcéteras.
A mí que no me digan que frente a este imperialismo las tácticas, las estrategias y los discursos tienen que ser iguales a los de hace medio siglo. Esas reliquias históricas sólo pueden servir para la resurrección de lo muerto.

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