martes, 23 de enero de 2007

El partido bonito

lunes, 15 de enero de 2007

Jorge Gómez Barata



Si Hugo Chávez está logrando una revolución bonita, sin sangre, violencia, expropiaciones injustificadas ni limitaciones a las libertades genuinas, puede también lograr un partido bonito. Nadie ha dicho que será fácil. Los partidos son factores de poder y el poder no es miel sobre hojuelas.

El empeño mismo entraña una contradicción que es preciso resolver: los partidos son actores políticos convencionales, mientras las revoluciones son hechos extraordinarios. No se trata de una incompatibilidad insoluble, aunque si de una premisa a tener en cuenta.

La creación de un partido socialista, participativo, de masas y unitario, ajeno a las capillas, refractario al dogmatismo y a toda expresión de sectarismo, que emerja de la revolución y la acompañe, puede ser la tarea más fecunda de la Revolución Bolivariana, aunque también de las más difíciles.

A las faenas organizativas que supone formar las filas de una fuerza integrada por millones de hombres y mujeres políticamente activos, presentes en la geografía de casi un millón de kilómetros cuadrados, cientos de ciudades, municipios, poblados, comarcas, parroquias, se suma el empeño por cohesionar la militancia, crear condiciones para su actividad y evitar los vicios que acechan a tales procesos.

A los revolucionarios bolivarianos que han probado su vocación democrática, el apego al dialogo y la preferencia por la persuasión, les espera una enorme labor de proselitismo, comparable a la constancia y la humildad de los empeños misioneros, esta vez dirigida a reforzar la unidad política en torno a grandes y legítimos objetivos nacionales.

Tal y como se le percibe desde la distancia, la idea de un partido que cohesione al activo revolucionario, integre a los patriotas y a las personas de todos los credos y condiciones, sume a las clases sociales y los sectores interesados en el progreso del país y aliente su disposición a trabajar por los destinos de la Nación y el pueblo con generosidad y altura, parece no sólo atinada sino incluso bella.

La iniciativa que pondrá a prueba la madurez de las fuerzas políticas locales, el talento y la capacidad de convocatoria de sus dirigentes, seguramente provocará un debate político que será más fecundo en la medida en que los esclarecimientos y los compromisos que requiere un proyecto semejante, formen parte de una etapa de fortalecimiento del proceso revolucionario.

Precisamente por evadir los enfoques doctrinarios estrechos o sin la suficiente universalidad, el presidente Chávez ha creado una opción no sólo renovadora del pensamiento y la práctica revolucionaria, sino con una enorme capacidad de consenso: el Socialismo del siglo XXI que, formulado con claridad y explicado con constancia y lucidez, pudiera ser la plataforma común de la revolución, el partido y el pueblo.

En definitiva las ideas socialistas, con uno u otro empaque, han estado presentes en las luchas obreras por empleos dignos, salarios decorosos, condiciones de trabajo apropiadas y legislaciones modernas y eficaces. Solos o con sus sindicatos, los trabajadores pueden encontrar en el partido unido el instrumento que siempre han necesitado.

El partido de la revolución deberá ser el de los campesinos sin tierras y con ellas y el de los agricultores y hacendados que aman la tierra y quisieran vivir de sus frutos. Ese mismo partido pudiera acoger a la clase media y a los industriales y comerciantes medianos y pequeños, a las mujeres, los ancianos, a los intelectuales que suman talento y sensibilidad, a los académicos y librepensadores y, sobre todo, a los jóvenes que aportan la fuerza, la energía y la renovación.

El partido que nace de la revolución deberá ser tan inclusivo como ella, abierto y tolerante, sin exclusiones ni exigencias doctrinales.

Un partido unitario no excluye a los credos sino que se enriquece con ellos, no repara en las ideologías sino que las incorpora, no asume posiciones ante las opciones culturales ni ante el contenido del arte, sino que promueve todas las corrientes y ampara todos los esfuerzos. Un partido de ideas no rechaza a ninguna, sino que se alimenta de todas.

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